miércoles, 23 de diciembre de 2015

Fragmento 2

Todo es confuso. Cuando uno intenta alejarse del bullicio de la vida diaria, del ritmo frenético del acontecer de los días, de ese espejismo confortable al que llamamos rutina, recupera, parcialmente, la perspectiva sobre dónde está y sobre el camino que ha recorrido. Y a veces, solo a veces, hacia dónde quiere ir. Pero nunca deja de ser confuso. Nunca llegamos a ser objetivos respecto a nuestras experiencias personales. El subjetivismo lo ocupa todo. Inunda nuestra realidad como el agua recorre la desvencijada madera de un barco hundido, a merced del inexorable paso del tiempo. Solo cuando miramos a través de ese cristal empañado al cual conocemos como pasado, somos capaces de valorar nuestro presente, en una odiosa comparación que siempre acaba proclamando como vencedor al primero.



Tengo la costumbre de abordar todas estas cuestiones cuando viajo en el metro cada mañana. Sentado en uno de esos asientos con su longeva tela azul deteriorada por el uso, suelo acomodarme con la mirada perdida en la ventana que queda a mi lado donde una sucesión de paisajes, gasolineras y tiendas pasan ante mí sin llamar mi atención. Normalmente llevo algún libro con el que me entretengo siempre y cuando esa ventana no ejerza su magnetismo sobre mi atención. Es cuando me sumerjo en mis pensamientos cuando más rápido pasa el tiempo, cuando la travesía no se hace monótona, incluso a veces llega a resultar placentera.

En uno de esos días, cuando apenas comenzaba a acomodar la cabeza en el lateral del vagón dispuesto a imbuirme en mis ensoñación diaria, la vi. O creí verla. Apareció frente a mí como una simple desconocida, tomando asiento a unas filas de distancia. Habían pasado bastantes años desde la última vez que nuestras miradas se cruzaron, en aquella inhóspita calle desprovista de su habitual bullicio a causa de las horas intempestivas que nos cobijaban. Podría no ser ella -pensé en ese momento-. Al fin y al cabo las personas cambian, tanto en la realidad como en el plano de nuestros pensamientos. No son líneas paralelas, tan solo creemos que lo son. Nos perdemos en esas vicisitudes y llega un momento en el que no sabemos distinguir entre una imagen real y una distorsionada por nuestra idealización. En eso mismo pensé cuando la vi. Fue un breve segundo, apenas perceptible, porque a continuación la absurda de idea de acercarme tomó el mando. Pero, ¿qué podría decirle? Quizá ella no me recordaba. No quería pensar en ello pero era una posibilidad. Una muy cruel, por cierto. Quizá no recordara aquellos largos paseos por al ciudad que nos vio conocernos. Podría no haber guardado aquellos momentos en el lugar privilegiado en el que los guardé yo, simplemente pudo haberlos desechado, como se hace con aquello que nos sobra, que no nos aporta nada. Pero no podía ser así, de ninguna manera.

Pasaban los minutos, tal vez, o las horas. Quedé suspendido de la imagen de su hermoso perfil como aquel que se deleita durante décadas con el canto de un ruiseñor. Nunca me cansé de mirarla. Si lo hubiera hecho, años después no seguiría recordando aquellos días en los que su mera contemplación me bastaba para sobrevivir. Era mi alimento, mi oxígeno, mi todo. Una historia que parecía que nunca acabaría. Tuvimos nuestros buenos ratos, al igual que los malos, pero solo eran capítulos. No importaba qué pasara entre nosotros, solo necesitábamos pasar la página para volver a empezar, para volver a ser lo que fuimos en un principio, sin aludir a los reproches que nos sobraron ni a las agallas que nos faltaron. Pero la historia sí resultó tener fin.

Pero ¿y si no fue el final? ¿Y si esa coincidencia en la que no creíamos era una oportunidad de redención? El momento idóneo para dejar de imaginar esas líneas supuestamente paralelas y unirlas en un punto que evocara todo lo vivido hasta entonces, idealizado o no. Volverían esas conversaciones hasta que la noche claudicaba, hasta que el sol amenazaba con desvelar el secreto al que tan férreamente nos agarrábamos. Volverían las miradas cómplices, los jeroglíficos para el resto de mortales que para nosotros, sin embargo, tenían tanto sentido como la sucesión de las vocales. Podríamos desenterrar esa sensación que nos hacía mejores personas. Podría oler de nuevo su aroma y llenarme de él. Ese perfume natural que siempre me hacía girar la cabeza, estuviera donde estuviese, que me hacía pensar en ella. Y ahora, todo ello estaba tan solo al alcance de mi mano.

Me descubrí mirando un verde prado a través de la conocida ventana. No supe cuánto tiempo había pasado. Cuando logré salir a la superficie de mis ensoñaciones me atreví a echar un vistazo al vagón en el que me hallaba. Allí no había ninguna cara conocida. Se había marchado, y con ella, quizá la última ocasión de sacar la carta ganadora. Es posible que ella hubiera salido aprisa de aquel viejo vagón de metro o que, simplemente, nunca hubiera entrado. Si fue realidad o solo un producto de me imaginación, nunca lo supe. Una vez más me había sumergido en un pasado que nunca iba a volver. Un lastre que no sabía cómo dejar atrás. Una vez más estaba en aquel vagón esperando a alguien que nunca llegaría, ni siquiera una misiva que anunciara un final trágico. Nada.

martes, 1 de diciembre de 2015

Victoria Ocampo, la 'Beatrice' de Buenos Aires (I)

La imagen con la que reconocemos a Victoria Ocampo quizás no sea la más apropiada. La imaginamos altanera, vestida con un largo mantón de algún material exquisito. Mirada altiva, cabeza alta, orgullosa, coronada con un suave turbante emplumado. Atuendo prototípico de la clase alta a la que pertenecía por nacimiento, y del que ella intentó desmarcarse en cuanto sus inquietudes intelectuales empezaron a poblar su cabeza con una velocidad pasmosa.



Escribió una autobiografía compuesta por seis tomos, genialmente sintetizada por Francisco Ayala. Una obra que desde sus primeras palabras estaba destinada a ser publicada. Vería la luz de forma póstuma, a petición expresa de la autora. El género autobiográfico era un terreno casi virgen en el siglo XIX hispanoamericano, y más aún, para una mujer, a la que le estaba vetado cualquier tipo de libre pensamiento. Este tipo de obras es propio del ámbito religioso del Siglo de Oro, cuando las monjas, a petición de los párrocos, emprendían narraciones propias. La más famosa de todas ellas es posiblemente La respuesta a Sor Filotea, por Sor Juana Inés de la Cruz. Un aspecto interesante de la autobiografía seleccionada por el ya mencionado Francisco Ayala es el hecho de que un personaje masculino recoja unos textos de un tan marcado feminismo.

A pesar de ser una recopilación de sus memorias, estos textos no están exentos de la dualidad verdad/ficción. ¿Hasta qué punto pueden ser objetivos unas historias que tuvieron lugar 40 años atrás? ¿Es la autora consciente de la opacidad de su propio punto de vista? Victoria Ocampo deja claro en todo momento que no pretendía dejar a un lado la subjetividad. Empezó a escribir su autobiografía con 61 años por lo que sus recuerdos puede que no sucedieran como ella los narra sino como ella cree que ocurrieron. Estas memorias no obedecen a ningún patrón inquebrantable. Es evidente que el orden cronológico está presente en la narración pero no de forma inamovible. La muerte de su tía abuela Victoria es una tragedia para ella. Es la desaparición de un ser querido que irrumpe en su infancia; y cuando trata de rememorar su niñez, ese recuerdo hiende la historia sin importar si lo que ella pretende transmitir fue anterior o posterior.

Esto ocurre debido a la disputa entre el yo de la enunciación y el yo del personaje. Como ya hemos mencionado han pasado varias décadas desde esos momento y las perspectiva del tiempo hace acto de presencia. Al contrario que la Condesa de Merlan, Victoria Ocampo no tiñe su obra con nostalgia. Exceptuando los momentos en los que su gran amor, Julián Martínez, aparece, el texto es bastante sobrio y comedido. La autora se apoya en un diario para darle forma a su obra a través de la narración fluida pero también de las notas breves y las cartas, en un momento en el que el género epistolar estaba tan de moda.

Victoria Ocampo redactó su autobiografía en francés, una lengua que llegó a dominar incluso mejor que su lengua materna. Por ello, algunos fragmentos respetan la lengua original mientras que otros aparecen traducidos a pie de página. Su capacidad para hablar el francés, el italiano -tradujo La Divina Comedia-, un poco de inglés y por supuesto el español arrojan mucha luz a la brillantez de un personaje que fue crucial no solo en su Buenos Aires natal sino en todo el contexto hispánico.







jueves, 18 de junio de 2015

No te vayas nunca, Flaco

Nunca nadie sabe cómo empezar a hablar de él. Quien se atreve siente pánico y un sudor frío recorre su nuca. Intentar explicar con palabras qué significa Juan Carlos Valerón para el mundo del futbol es como hablarle a alguien del Guernica de Picasso o intentar describir la sensación que produce la novena sinfonía de Beethoven. Todo es insuficiente. Al igual que con cualquier obra de arte, al futbolista de Arguineguín solo se le puede disfrutar. Nada de intentar explicarlo.

Los que le han visto con qué elegancia pisa el verde saben de lo que hablo. Irrumpió en una década donde el físico lo era todo, y nos mostró que al fútbol se podía jugar de otra manera. Y qué manera.Juan Carlos Valerón iba a otro ritmo. Su cuerpo parecía apetecible para los defensores pasados de revoluciones, pero lo que ellos no sabían es que Valerón ya no estaba, ya los había rebasado. Su privilegiada cabeza iba siempre un paso por delante y cuando la espadas estaban en todo lo alto, su cerebro solo tenía que dar la orden.

Numerosos delanteros se nutrieron -y siguen haciéndolo- de su clarividencia. El cuero raseaba el césped buscando al 21, y Roy Makaay prácticamente ya estaba celebrando el gol. El Olímpico de Múnich aún recuerda aquella noche, donde los defensores bávaros se pasaron la noche persiguiendo fantasmas, mientras el mediapunta canario se deslizaba por el césped. Correr es un verbo demasiado vulgar para él, ya que daba la impresión de que apenas tocaba la hierba.
Foto: Nando Martínez | Vavel

Porque campos como el Camp Nou, Santiago Bernabéu, Delle Alpi o Highbury han sido testigos de su magia. Algunos de ellos fueron derruidos o remodelados. Por ejemplo, Highbury Park ahora es un bloque de edificios de clase alta, pero nunca perderá su esencia. No lo hará porque la historia nunca olvida a sus héroes. Todos recordarán dónde estuvo y qué hizo el genio. Porque Juan Carlos Valerón ya era aplaudido por todas las aficiones cuando Andrés Iniesta peleaba por subir al primer equipo del Barça. Porque cuando los diarios hablaron del tacón de Dios en referencia a Guti, algunos recordamos que el talentoso canario ya había patentado aquella jugada en el Vicente Calderón. Porque él nos enseñó a amar este deporte.

Mientras el fútbol está monopolizado por astros argentinos y lusos y mareantes traspasos, Juan Carlos Varlerón Santana sigue jugando al fútbol. Sigue reinventándose. Peleando por ascender a Primera División con la U.D. Las Palmas, acoplado en un doble pivote sigue dando clases de fútbol, haciendo que una entrada te parezca barata si tienes la oportunidad de verle. El Mago cumple 40 años. Su tiempo en la élite se agota inexorablemente aunque algunos todavía recordemos sus grandes jugadas y pensemos: no te vayas nunca, Flaco.

Puedes leer el artículo original aquí: Dépor_Vavel

sábado, 6 de junio de 2015

Pedir peras al olmo

Pobre de mí al pensar que un funcionario que desempeña su ardua labor en una biblioteca municipal tendría cierto apego por los millones de páginas e historias que rodean su día a día. El colmo de los colmos, como si de un mal chiste vespertino se tratase, es acercarse a la única instalación disponible en una región habitada por casi 150.000 habitantes con la intención de darse de alta y de paso sacar algún ejemplar apetecible a la vista y al intelecto. Los funcionarios que allí habitan, en esa jungla de papel, le hacen el mismo honor a los libros que los borrachos al buen vino. Quizá en estos días en que los pactos políticos, los alcaldes y presidentes que renuncian y las tonadilleras que salen de prisión están de rabiosa actualidad, pedir que un funcionario que trabaja ocho horas al día en una biblioteca sienta cierto interés por la palabra escrita sea como pedirle peras al olmo.

Y allí estaba ella. Mirada altiva y andar prepotente justo antes de sentarse en su silla giratoria para aporrear las teclas sin ton ni son, como el que muele pimienta. Dar de alta a un ciudadano es una tarea demasiado tediosa en pleno junio, donde el calor es excusa para la inactividad y la holgazanería aunque se tenga un aparato de aire acondicionado apuntando a la nuca como si de un francotirador se tratase. Preguntas repetidas hasta la saciedad aunque la respuesta haya sido clara y concisa, apatía por la labor que se está realizando, o al menos, que se supone que debería estar realizando son su modus operandi. No tiene pérdida. Sientes que has ido allí a amargarle la jornada laboral, y de paso interrumpes su lectura del "Hola" para desasosiego del personal. Aunque observado el cariz que torna la conversación, uno duda de que estuviera leyendo. Quizá solo estuviese observando las imágenes.

No contenta con fracasar en su empresa de rellenar un formulario: no hay ninguno disponible, la fotocopiadora no tiene tinta, no sé dónde se ha metido mi compañero,...la simpática señora decide amenizar la mañana charlando con los inocentes clientes. Te cuenta que una vez hubo alguien que quiso extender el préstamo de un libro -¿para qué diablos querría alguien tener un libro en su casa más de quince días?, ¿tan cojo estaba el sofá?-. Lo preocupante es que adopta el mismo tono que el científico que explica que una vez hubo dinosaurios en el planeta Tierra. Se enorgullece de haber estado presente en tan reseñable hito. Sin expectativas de completar su trabajo comenta que existe una leyenda que narra el extraordinario caso de un libro que tuvo lista de espera -no, no era el Quijote-. Mi mente poco dada a creer sucesos paranormales no dio crédito a tal relato de la bibliotecaria, por supuesto.

Ya tenía su púbico. Se sentía la protagonista de la habitación y se venía cada vez más arriba por momentos. Tanto es así, que se atreve a ensalzar a Maribel Verdú por su magnífica interpretación en Los girasoles ciegos. Imagínense su fervor cuando descubrió que había una novela homónima, casualmente. Testimonio propio, los libros y los detalles no son para ella. Donde esté una buena película, sus palomitas y su bebida gaseosa que se quiten esos andrajosos trozos de papel. Alberto Méndez se remueve en su tumba. En fin, me parecen muy triste muchas cosas pero muchas de ellas acontecieron en aquel lugar al que considero de culto, mancillado por gente sin vocación y con pocas ganas de trabajar. Y todo ello en 45 minutos. Ni que decir tiene de que me fui de allí sin ser dado de alta. No por decisión propia, que ganas de huir despavorido no faltaron, sino por incompetencia ajena. Esa señora como tantos otros dormirá esta noche con la sensación del deber cumplido mientras que muchas personas se marchitan como las hojas de los libros que pueblan sus dominios.

sábado, 30 de mayo de 2015

A la tercera fue la vencida

El Deportivo de la Coruña aseguró su permanencia en la Liga BBVA en el Camp Nou. Todo parecía indicar lo contrario pero esta vez sí hubo final feliz.


Foto: LFP

Dice el refranero popular español que a la tercera va la vencida; pero también dice que no hay dos sin tres. En esa vicisitud se hallaba el deportivismo durante los días previos al partido. Al Partido.Bailando entre el optimismo y el pesimismo según la perspectiva que tomasen las numerosas cábalas que llenaron las redes sociales y los diarios para poner a prueba los nervios de una afición.

Del pasillo a la fiesta de Xavi

El Dépor se presentó en el Camp Nou con varios frentes abiertos.Tenía que puntuar ante el flamante Campeón de Liga, previo pasillo, que le brindaba tributo a Xavi Hernández en el día de su despedida. Los gallegos parecían meros invitados a una fiesta donde los anfitriones monopolizaron y avasallaron a sus improvisados huéspedes. Por otro lado, el conjunto de Víctor Sánchez del Amoluchaba contra la inercia de ascensos y descensos que predomina en las últimas campañas en la Plaza de Pontevedra. El fantasma de aquel "equipo ascensor" de los años 60 predominaba sobre las mentes y el ambiente. A pesar de ello el Dépor comenzaba la jornada fuera de los puestos de descenso. Solo dos goles, uno en el feudo blaugrana y otro en Ipurúa podían revertir esta situación.Efeméride que se cumplio pronto ya que a las 18'36 h. Messi y Arruabarrena ya condenaban a los blanquiazules.

Jugando contra el Barça y los fantasmas del pasado

Con el correr de los minutos y la inexistente respuesta del cuadro herculino, otras tardes aciagas fueron recorriendo las mentes del respetable. Esta vez la hazaña no tenía lugar en Riazor, no estaban enfrente ni Valencia ni Real Sociedad. Ni Aritz Aduriz ni Antoine Griezmann estaban presentes para perforar la portería.Delante estaba un Barça que no parecía querer dejar de tocar el cuero. Que le hablen a los Messi, Neymar, Xavi o Rafinha de suplentes o titulares. De la diferencia entre velocidad de crucero y velocidad de vértigo. Nada que objetar.

El héroe de toda epopeya clásica ha de sufrir antes de obtener la gloria y por si todo esto no fuera suficiente aún quedaba algún que otro revés más. Roberto Canella se lesionaba en el ecuador de la primera parte y Víctor Sánchez tenía que reordenar sus piezas. Para ello movió a Laure a la izquierda y usó a su comodín, Álex Bergantiños, para tapar la banda derecha, la de Neymar y Adriano. El canterano volvió a cumplir, un día más. El mismo que se puso bajo palos hace un par de temporadas, el que más gritó en San Mamés, ese que no lleva el escudo en la camiseta porque lo lleva grabado a fuego en el pecho. Una vez sufridos todos los contratiempos posibles, fue el turno de voltear la situación y la historia. De elegir sin reservas que a la tercera va la vencida.

Los Héroes de la permanencia

Lucas Pérez borró de un plumazo toda la apatía y el pesimismo que había en el ambiente. Golpeó el esférico y los descensos más recientes con rabia. Puso el balón en el fondo de las mallas, los brazos en alto y el grito en el cielo. Espoleados por la ilusión que de repente inundaba las elásticas blanquiazules el Deportivo de la Coruña se fue arriba. Pudo ser Haris Medunjanin, gran secundario en la tarde de ayer, pero no, fue Salomão, debía ser Salomão. Ese chico que siempre tiene una sonrisa, ayer la contagió a una ciudad entera. Con su zurdazo algunos se llevaron las manos a la cabeza, igual que en aquel fatídico partido ante el Hércules, cuando él se agarraba su maltrecha rodilla, pero esta vez para cantar un gol. Para cantar una permanencia.

El Dépor empataba el partido y ataba la permanencia contra todo pronóstico. Una permanencia que le debe mucho a Fabricio Agosto. Por muchas tardes, sí, pero sobre todo por la doble parada a Leo Messi y a Pedro. Una parada que coparía las instántaneas en los periódicos nacionales y los vídeos en los programas deportivos si llevase otra camiseta. Pero no importa, lo hizo en nombre de su club y se celebró como un título.
El Deportivo de la Coruña estará una temporada más en la Liga BBVA después de ahuyentar a los fantasmas del pasado y dar un golpe en la mesa. Una temporada llena de convulsiones y reveses echa el telón con final filaz. El equipo, este año sí, termina a la altura de su afición, que es sin ninguna duda de Primera.

Puedes leer el artículo original en: Dépor_Vavel

domingo, 29 de marzo de 2015

Amanece en Manchester (III)

Probablemente Shaw no sea el lugar más bonito e idílico de Europa. Nadie lo elegiría como destino turístico, y más teniendo tan cerca lugares como Birminghan, Leeds, Liverpool o el propio Manchester. Aun así, su distribución y arquitectura propiamente británica tienen un aire especial. Al fin y al cabo, cuando pasas tanto tiempo en un lugar aprendes a valorar detalles que se pueden escapar a simple vista y Shaw, tiene muchos detalles.

Un pueblo de unos 21.000 habitantes aproximadamente perteneciente a Oldham, localizado en Greater Manchester. A unos 15 minutos en coche de la ciudad más grande del norte del país pero a casi una hora del mismo lugar si optas por el tortuoso transporte público. Shaw se deja influir por el estilo de vida propio de Manchester: trabajadores que prefieren hacer su vida en casas adosadas en detrimento de los colosales edificios del centro de la ciudad, atascos de ida y vuelta para poder disfrutar de una vida tranquila y sosegada en el anillo urbanístico que rodea la gran ciudad,

A primera vista sorprende su aire decimonónico. Después de todo, Shaw, como el resto de ciudades y pueblos de la mitad superior de Inglaterra, se vio inmersa en el amplio proceso que comprende la Revolución Industrial. La apertura de incontables fábricas de algodón a principios del siglo XIX impulsó de manera fulgurante el estilo de vida de sus habitantes. A día de hoy quedan muchas pruebas de esa crucial parte de la historia de este país -y de Europa-. Los avances tecnológicos han hecho que los edificios que antes solían albergar maquinaría textil ahora tengan otros usos. Uno de ellos es ahora hogar de una conocida empresa de correo mientras que otro es un inmenso supermercado. Como es costumbre, todos ellos han sido completamente reformados en su interior, dotándolos de las modernidades que ahora disponemos, pero siempre respetando la estructura y la fachada original. Resulta curioso, porque podemos entrar en un edificio de ladrillo rojo con enormes chimeneas circulares de aspecto vetusto para encontrarnos con el más moderno de los gimnasios.

La gente suele preguntarme porqué decidí vivir en Shaw y no en la cercana Manchester. Me lo preguntan con cierta compasión en la mirada, como si mi decisión fuese más un castigo tirando a condena que un simple caso de prioridad. La mayoría de sus habitantes sienten que viven aislados de una ciudad tan viva y tan provista de diversión como puede ser Manchester. Nada más lejos de la realidad. Creo que los más de 40 minutos de incontables paradas de metro o bus son un precio justo por la tranquilidad que se puede hallar en este lugar. Cerca y a la vez lejos de una de las ciudades más cosmopolitas de Europa. Como dije antes es cuestión de prioridades. Shaw es el lugar perfecto para empaparte de la cultura y el idioma inglés. En Manchester puedes tomarte una cerveza en un abarrotado pub, ir de compras a un monstruoso centro comercial y volver a casa sin cruzarte con algún inglés. Esa rutina no es para mí.
Crompton War Memorial, Shaw and Crompton

Una de las cosas que más me llamó la atención de este lugar es su excelso patriotismo. Un enorme monumento en nombre de los habitantes de la zona caídos en la Primera Guerra Mundial lo demuestra. Sus habitantes presumen orgullosos de sus antepasados, que dieron la vida para garantizar el futuro de las generaciones venideras frente al acoso extranjero. Al igual que en el resto de Inglaterra, el momento cumbre de este ensalzamiento llega cada 11 de noviembre, cuando a las 11:00 de la mañana (puntualidad inglesa) se guardan dos emotivos minutos de silencio por los mencionados fallecidos. Shaw se para. Deja de latir durante dos minutos, entre millones de amapolas rojas, para recordar un día más a esos valerosos seres humanos.

Shaw and Crompton no es el lugar donde los viajeros sueñan con hacer una parada. Para colmo, su meteorología es incluso un punto peor que la de Manchester. Con todo ello, merece mención. Mi día a día pertenece a sus calles, a sus amables vecinos que siempre tienen una sonrisa reservada pese al cielo gris, a su ambiente británico. Pase lo que pase a partir de mañana, siempre recordaré que durante una etapa de mi vida lo primero que veía al despertar eran verdes colinas y ladrillos intensamente rojos. Después de todo, Shaw también merece una mención.

sábado, 21 de marzo de 2015

Tarde o temprano (I)

El vagón de aquel tren era acogedor, quizá demasiado. Era uno de esos vagones que solo tienen espacio para un par de mullidos asientos, situados uno enfrente del otro, con apenas un metro entre ambos. La puerta corredera que daba acceso al pasillo estaba totalmente cerrada, cercada a cualquier intrusión. Estaba provista de una vidriera ahumada, la cual no permitía la perfecta visibilidad en ninguna de las dos direcciones. Ese detalle le gustaba. Siempre había sido un descarado amante de la intimidad, llevada a tal punto que se podría confundir con la soledad. La alternancia entre ambas y no saber dirimir entre ellas le causaba un leve desasosiego. A su derecha, tenía una gran ventana, lo bastante ancha para que nunca se cansara del paisaje. Esa sucesión de naturaleza y cielo a partes iguales difuminadas por la velocidad del tren le mantuvo distraído durante unos cuantos kilómetros. No más.



Con su antebrazo grácilmente posado en el reposabrazos se dedicaba a acariciar con sus dedos el final del mismo. Una pequeña placa de metal apuntalada con un tornillo que ponía fin al revestimiento de terciopelo fue su entretenimiento durante varias horas que parecieron minutos, instantes. Tenía la mirada perdida en el horizonte. Mirándolo todo sin poder ver nada. Ni siquiera el sofocante ambiente dentro del vagón podía distraerle de su ensimismamiento. Una sucesión de imágenes, frases y recuerdos danzaban en su mente, sin orden ni concierto. Le habría gustado poder centrarse en otra cosa pero esa tarea, en ese momento, parecía fuera de su alcance. Prueba de ello era el raído libro que descansaba en el asiento vació de al lado. Un papel doblado tres veces a modo de marcapáginas había sido testigo de su falta de concentración. Tras un vano intento de focalizar su atención en aquel ejemplar pulcramente encuadernado, se había descubierto releyendo una otra vez la misma línea sin ser capaz de saber sobre qué hablaba. Estaba claro que los viajes en tren promovían su nostalgia en detrimento de su amor por la lectura.

No podía creer que todo hubiese acabado. Una parte de su vida había volado sin darse cuenta. En ocasiones pensaba que había sido la etapa más feliz y más fructífera de su vida, otras, en cambio, se martirizaba creyendo que había sido demasiado rápido como para poder paladearla con más ahínco. Sea como fuere eso ya no importaba. Lo que en su momento pensó que era su palpitante y lleno de vida presente se había convertido de la noche a la mañana en parte de su pasado. Como las páginas de un viejo libro que dejas atrás. Unas páginas que volver a leer con ansias y con una leve sonrisa en los labios pero también con unos ojos humedecidos amenazando con desprender una lágrima. 

Siempre sería ella. La protagonista de ese momento de su vida. Un café llenó de frases vacías y tópicos no hacía justicia a todo lo vivido. A la espiral de sentimientos y emociones a la que ella lo había sometido. No era un digno telón para tal obra. Pero era la realidad. El tiempo fue enfriando sus encuentros hasta convertirlos en meros automatismos como respirar o andar. Todo lo que en su día pareció fascinante y nuevo se convirtió, silenciosamente, en un rutina que acabó por consumirlo todo. Por un lado ambos temían aquel lento proceso aunque por otro lado era anhelado. Fue tan breve y tan intenso que parecía una quimera seguir recordándolo todo con tal nitidez. Otras historias quizá fueron más largas pero ninguna fue -ni sería-, más intensa, más suya.

Sus característicos rasgos seguían bailando ante sus ojos, proyecciones de su recuerdo que se negaba a dejar caer en el olvido algo tan bello. Su marmórea belleza insuflaba oxígeno en sus cansados pulmones. El aroma de su pelo en cada abrazo seguía estando ahí, como si ella se hallase frente a él en ese mismo momento. El sonido de su risa danzaba en sus oídos, mezclado con el granulado sonido del tren deslizándose sobre las férreas vías. No importaba qué parte fuese real y cuál producto de sus memorias. Sus ojos, cerrados desde hacía tiempo, no podía dejan de verla. Unos ojos que habían disfrutado de cada facción de su cuerpo, que se habían deleitado con cada pequeña arruga que se formaba en su frente en cada gesto que le dedicaba, que nunca podrían ser capaz de dejar de buscar su contorno en cada figura que divisaban. Esos ojos, que habían visto mil atardeceres en varios rincones del continente, briznas de hierba en los más remotos e idílicos parajes donde solo existían ellos o incluso granos de arena en una playa perdida y solitaria. Esos mismos ojos que un día podrán decir que vieron afamadas obras de arte en populares museos o imperiales construcciones tan longevas que serían capaces de competir con los manuscritos, también podrán afirmar que pudieron contemplarla a ella.

El tren fue reduciendo gradualmente su velocidad y él abrió los ojos. Escapó de ese breve sueño del que había estado preso sin siquiera haber estado dormido. Lentamente se desperezó y echó un último vistazo a la ventana, que ahora dejaba ver una bizarra estación abarrotada de gente que no podían imaginarse ni por un solo momento lo honda que era su tristeza. Abrió la puerta y salió del vagón. Tras dar apenas un par de pasos se giró y cerró la puerta, como si con aquel nimio gesto pudiese dejar sus recuerdos allí dentro, en aquel viejo vagón esperando a su próximo inquilino para poner rumbo al siguiente destino. Aquello era una tarea imposible, él lo sabía, aun así lo hizo sin dudar. Y con paso lento se dirigió hacia la salida, expectante y a la vez reticente, donde un nuevo presente le esperaba,

viernes, 20 de febrero de 2015

Todo sea por los poros

Hace unos días se me ocurrió la brillante de idea de probar la sauna. Esa habitación tosca y parca que adorna los vestuarios de cualquier gimnasio. Viéndola desde fuera da la sensación de que sobraba sitio cuando estructuraron dicha habitación y tuvieron que elegir entre una barra americana o una sauna finlandesa. Ya os lo digo yo: eligieron mal.


Según tengo entendido, el propósito principal de ese elemento que parece simular un camarote de un buque dieciochesco es liberar toxinas y activar la circulación sanguínea mediante la rápida sudoración. Y tan rápida. Cuando por primera vez, tras semanas de miradas furtivas, me armé de valor para acercarme, vi que tenía un regulador de temperatura. Hecho que me preocupó bastante pues dicho accesorio está al alcance de cualquiera; tanto el que quiera un ratito de intimidad con sus poros o como el que anhela conocer qué se siente cuando te acercas demasiado a los aposentos de Satanás.

Pero que no cunda el pánico. Al menos, la sauna a la que tengo acceso, va equipada con un folio A4 apaisado que nos advierte a tamaño medio (yo lo habría puesto un poco más ampliado) que usar la habitación a más de 45 grados puede provocar problemas cardiovasculares. Menos mal. Siempre podemos confiar en la buena fe de la gente.

Aliviado por dicha advertencia procedí mi incursión en terreno desconocido. La ajusté a 30 grados y abrí la puerta. Una ola de calor me golpeó en la cara como cuando entrabas en el gimnasio del instituto a última hora. Me propuse soportarlo, al fin y al cabo es bueno para la circulación, sí. Me senté e intenté pensar en otras cosas. Distraer la mente, que se dice. Con esa temperatura lo único que se te puede llegar a venir a la mente son escenas de películas u obras literarias en las que un calor sofocante está latente. Con la primera gota de sudor que recorrió mi espalda no pude evitar pensar lo duro que tuvo que ser la travesía por el árido desierto de Aladdín o Tony Stark.

35 grados. La vista se me empezó a nublar. Nunca sabré si mi cuerpo no estaba acostumbrado a ese tipo de climas, si se me empañaron las lentillas o simplemente había demasiado vapor. Sea como fuere recordé las largas caminatas de los personajes de Lost por la húmeda selva, sin una gota de agua y con un final incierto. Yo tenía la salvación a solo metro y medio de mi mano. Solo tenía que levantarme (¿solo?) y caminar hacia la modesta puerta con remates de madera y abrirla. Pero no. Debía aguantar un poco más, por la liberación sanguínea y por la circulación de las toxinas. ¿O era al revés?

40 grados. ¡Qué mal lo tuvieron que pasar Jack y Rose dentro de aquel estrecho autocar en una habitación contigua a las calderas! Giré un perlado brazo para mirar cuánto tiempo llevaba en aquella especie de horno tamaño humano y la esfera del reloj, como mis lentillas, estaba empañada. Ya no recordé más escenas de nada. Lo único que pareció sobrevivir al sopor del momento fue en qué estarían pensando nuestros amigos los finlandenses para malgastar semejante espacio.

En el momento en el que mi instinto de supervivencia se impuso a mi orgullo escapé de aquel infierno. Pensé en cuánto les quedaba por aprender en materia de torturas a esos simpáticos italo-americanos, todos poseedores de cámaras frigoríficas con las que poder torturar a sus víctimas. No sé realmente en qué consiste la liberación de toxinas pero si su salud depende de mi estancia en una sauna, tendré que aprender a convivir con ellas. Con lo saludable que me noto yo la circulación de la sangre en el sofá leyendo un buen libro, vive Dios.

domingo, 8 de febrero de 2015

Amanece en Manchester (II)

Escuché una vez, en boca de una persona a la que admiro a raudales, que los climas grisáceos y lúgubres son mucho mejores que los soleados y cálidos. Cuando vives en lugar como Manchester, siempre gris, siempre repleto de nubes oscuras que inundan su cielo, aprendes a valorarlo. En una ciudad desprovista de sol puedes estar triste sin ningún pretexto. Puedes ser todo lo taciturno que quieras sin tener que dar explicaciones. Viviendo en en el sur de Andalucía da la sensación de que siempre tienes que estar alegre y radiante; y si no lo haces la gente te pregunta: "Eh, ¿por qué estás así con el día tan bonito que hace?". En el Reino Unido nadie te preguntará eso nunca. Puedes recluirte en lo más profundo de ti mismo, con la discografía de Los Planetas o The Killers en bucle, sonando día tras día, y nunca nadie te juzgará.



Todo ocurre por alguna razón. Una frase usada y desgastada hasta la saciedad pero que su constante repetición no hace que pierda valor o sentido. Cuando te embarcas en una aventura de tal calibre, es inevitable que los primeros días sondees todo lo que te rodea. Juzgas tu entorno, piensas en el cúmulo de circunstancias que te han llevado hasta ese punto e incluso pones en entredicho tu decisión. En el momento en el que rompes la frontera de la distancia entras en una constante autoevaluación que, en muchas ocasiones, te conduce hacia la tristeza, la nostalgia y el malestar.

Nostalgia. Ese término que puede significar añoranza, echar de menos lo que no somos, incluso dolor por una herida sin cicatrizar. Pero todo ello es parte del aprendizaje. Es un eslabón más de esa cadena que significa llegar a conocernos un poco más a nosotros mismos. Ese proceso que implica exigirnos un poco más y llegar a donde un día ni siquiera nos imaginamos. Pones un pie fuera de tu zona de confort y todo es más difícil. Difícil pero no imposible. No es más que la enésima prueba que tenemos que afrontar en nuestro crecimiento.

Una vez superados esos primeros días de desconcierto empiezas a percibir las pequeñas compensaciones que una nueva vida te puede llegar a ofrecer. Conoces a gente nueva y maravillosa. Personas que le dan a tu vida un empujón anímico y que te conducen a pensar por primera vez que esto ha merecido la pena. Que no eres un insensato sino simplemente alguien que se atrevió a testar sus límites en beneficio de una satisfacción personal que lo justifica todo. Ves lugares con los que siempre soñaste. Sitios que llevas viendo en televisión o en fotografías desde que tienes uso de razón. Y ahora estás ahí, junto a ellos, formando parte de un único contexto, de un todo.

No voy a decir que fuera fácil. Desde que cierras tu maleta y te adentras en la inmensidad de un aeropuerto en hora punta todo tiene un significado especial. Quizá ese sea uno de los lugares más transitados de cada país, pero que sin embargo, insuflan una soledad inigualable en tus pulmones. Te recubren con un manto de incertidumbre del que difícilmente puedes zafarte a corto plazo. Pero lo acabas haciendo. Acabas sintiendo que todo tiene sentido. Que puedes disfrutar de un día gris y lluvioso como cualquiera. Aprendes a convivir con el clima como si de un estado de ánimo se tratase. Pero también aprendes a disfrutar de los ansiados rayos de sol que muy de vez en cuando se cuelan entre el entramado de densas nubes. Y así, sin darte cuenta, te pruebas a ti mismo con éxito. Consumas una etapa más esperando con ansias la siguiente. No importa si a partir de aquí las cosas son más fáciles o más complejas que esa primera vez, lo único que tiene importancia es que a buen seguro, merecerá la pena.

miércoles, 14 de enero de 2015

La punta de la lanza

En una estival noche de Halloween -si se me permite el anglicismo- , cuando el equipo terminaba de agotar la paciencia de una hinchada renovada tras la victoria ante el Valencia, Hélder Postiga anotaba con su pierna derecha un gol que acortaba distancias en el marcador ante un Getafe que sin hacer un partido brillante maniató al conjunto de Víctor Fernández, que en ningún momento supo a qué se estaba jugando aquella noche. Puede parecer una eternidad si volvemos la mirada hacia atrás y nos cercioramos de que fue allá por el mes de octubre. De ese día data el último gol de un delantero del Dépor en Liga. Podemos entrar en vicisitudes como por ejemplo si Cavaleiro está considerado delantero o no; o que Toché y Postiga anotaron más recientemente. Eso sí, en Copa.



Lo cierto es que el Deportivo no está haciendo gala de un derroche goleador durante esta temporada. El público se encomienda a la calidad de una segunda línea que está teniendo de todo menos buena suerte. Una segunda línea caracterizada por el talento y las lesiones, casi a partes iguales. La importancia de este tipo de jugadores en la faceta goleadora se refleja perfectamente en el partido ante el Elche, donde Luis Fariña, sin estar especialmente participativo, decantó la balanza a favor de los locales. Es por eso que, con la plaga de bajas que está sufriendo en esa posición el conjunto gallego, los atacantes puros deben dar un paso adelante.

Y es que la llegada de Oriol Riera puede aportar ese punto necesario de competitividad. Si hay algo seguro es que Víctor Fernández está abierto a las críticas. Lo demostró sentando al luso y dándole una oportunidad a Toché, cuando la afición clamaba al cielo. Al murciano se le podrá achacar su cifra goleadora (2 goles en Liga, 1 en Copa) pero nadie le podrá negar su sacrificio y su entrega. Además, tiene el peculiar honor de ser el único jugador blanquiazul en haber anotado un gol de cabeza esta temporada.

Con Hélder Postiga fuera de juego por su reciente intervención, la titularidad será un mano a mano entre Toché y el ex delantero del Wigan. Ambos son delanteros de condiciones similares: corpulentos, adalides en el juego aéreo y dados a caer a banda para oxigenar el juego del equipo. Esto provoca que no haya alternativas dependiendo del rival. Lo que hay es lo que hay. Pero a buen seguro, aunque ninguno de ellos pueda competir entre las tablas de máximos goleadores, fabricarán y anotarán tantos para el Dépor. Goles tan importantes como el anterior y el siguiente. Goles que acercarán al conjunto herculino a la permanencia en la Liga BBVA.

(Foto: Patricia Asensio|SomosDépor)

La vida paralela de Isaac Cuenca

El futbolista tarraconense está disfrutando de un gran número de minutos en parte gracias a la lesión de Luis Fariña. Este fin de semana recibirá la visita del que fue su club, el F.C.Barcelona.



La carrera futbolística de Isaac Cuenca es una de esas de tantas tan meteóricas y fulgurantes al principio y tan caracterizada por los altibajos posteriormente que parece que es un veterano del que llevamos oyendo hablar toda la vida. Lo cierto es que Cuenca tiene -solo- 23 años. En elDeportivo de la Coruña busca, una vez más, esa continuidad que le ha sido esquiva a lo largo de las pocas temporadas desde que dio el salto al plantel profesional.

Este finde semana, en Riazor, cuando Dépor y Barça se vean las caras,Cuenca se enfrentará por primera vez a los que pudieron ser sus compañeros. Pudieron pero no lo son, en parte debido a las decisiones deLuis Enrique que por dos veces le cerró las puertas. Por ello, el habilidoso extremo del Deportivo tendrá una doble oportunidad para redimirse:primero, ante su afición que espera con ansiedad su mejor versión; y segundo, ante el club que le dio la alternativa para después olvidarlo.

Volver a los inicios para reinventarse

El deportivismo aguanta la respiración cada vez que el esférico llega a los pies del futbolista catalán, ansioso porque pase algo. Quizá esa expectación está pesando demasiado al jugador, del que se sigue esperando que destape el tarro de las ensencias. Parte de esa magia demostrada en la Nova Creu Altadefendiendo la camiseta arlequinada del Sabadell, cuando la gente se preguntaba de dónde había salido ese diamante en bruto. Esa perla que tuvo gran parte de culpa del ascenso a Segunda División del conjunto catalán en aquel inolvidable playoff ante el hoy célebre Éibar.

Entonces, el joven Cuenca ya se había llevado el primer portazo de Luis Enrique, que no lo quiso en su plantilla cuando dirigía al Barça B. Tornó su suerte después de aquel ascenso con el Sabadell ya que, para tragedia de los afecionados arlequinados, el futbolista decidió volver a probar suerte en el Barça. Esta vez decidió no tocar a la puerta y preguntar, sino echarla abajo directamente. De la mano de Pep Guardiola impresionó a propios y a extraños en el primer equipo antes de ser cedido al Ajax de Amsterdam. Una lesión de rodilla en tierras holandesas lo cambiaría todo.

"Siempre elige mal"

La frase más oída en el entorno deportivista cuando se habla de Isaac Cuenca. Nadie le puede negar su sacrificio. A sabiendas de que no está rindiendo todo lo que debería -o lo que suponemos que debería- el tarraconense se está desfondando en la presión en la salida de balón del rival y en tareas defensivas, a las que nunca ha estado muy acostumbrado. Después de ir perdiendo protagonismo poco a poco, se ha vuelto a hacer con la titularidad, en parte gracias a la lesión de Luis Fariña. Sea como fuere, está poniendo todo de su parte para congraciarse con su afición. 

Para ello, debe empezar a demostrar que puede estar a la altura de esas expectativas que tanto se le achacan. Presumiblemente será de la partida el domingo ante el F.C.Barcelona y seguramente no habrá nadie en el césped con más ganas de reivindicarse que él. Isaac Cuenca se medirá por primera vez al conjunto blaugrana y ese momento debe suponer un punto de inflexión en las páginas que el catalán está escribiendo como futbolista del Deportivo de la Coruña.

(Foto: LFP.es)
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